El tiempo corre y la NASA ha decidido actuar. El observatorio Swift, lanzado en 2004 para estudiar explosiones de rayos gamma, enfrenta un riesgo inminente de caída. Su órbita inicial de 600 kilómetros se ha reducido a unos 400, y la fricción atmosférica amenaza con precipitarlo hacia la Tierra en menos de un año. La agencia espacial ha confiado en la empresa Katalyst, con sede en Arizona, para ejecutar una maniobra inédita: salvar el telescopio mediante un cohete Pegasus XL lanzado desde un avión L-1011 Stargazer de Northrop Grumman.
El procedimiento es complejo pero directo. El avión liberará el cohete sólido Pegasus, que encenderá motores y alcanzará la trayectoria del satélite. Una vez allí, el sistema de guiado ajustará la ascensión recta del nodo ascendente, conocida como RAAN, para coincidir con la órbita degradada del Swift. El objetivo es acoplarse y elevarlo de nuevo a los 600 kilómetros originales, fuera del alcance de la atmósfera superior. Según Katalyst, esta operación podría extender la vida útil del observatorio dos décadas más.
La elección del Pegasus XL no es casual. Aunque su capacidad de carga ronda las 450 kilogramos en órbita baja, su ventaja es la flexibilidad. Puede lanzarse desde un avión en cualquier punto del planeta, lo que permite alcanzar planos orbitales difíciles con rapidez. El director de lanzamientos de Katalyst, Kurt Eberly, explicó que solo faltan pruebas de integración y ajustes de software para definir la trayectoria final. La fecha de lanzamiento está fijada para junio de 2026, sin margen de retraso.
El observatorio Swift ha sido esencial para la astrofísica moderna. Su misión principal es detectar estallidos de rayos gamma, los fenómenos más energéticos del universo. Estos eventos, vinculados a supernovas y colapsos estelares, ofrecen pistas sobre la formación de galaxias y la evolución cósmica. El satélite combina tres instrumentos: el Burst Alert Telescope para captar rayos gamma, el X-Ray Telescope para observar el resplandor posterior y el Ultraviolet/Optical Telescope para registrar emisiones complementarias.
Los resultados han sido extraordinarios. Investigadores de la Universidad de Leicester publicaron que Swift ha identificado cerca de 100.000 nuevas fuentes de rayos X, muchas asociadas a agujeros negros supermasivos en núcleos galácticos. Estos objetos, con masas de millones o miles de millones de soles, concentran una fracción significativa de la materia de sus galaxias. Ejemplos como el agujero negro de la galaxia de Perseo, con 17.000 millones de masas solares, confirman la magnitud de estos hallazgos.
El valor científico del Swift no se limita a los rayos gamma. Su capacidad de respuesta rápida permite que datos de alta energía lleguen a la Tierra en minutos. Esa agilidad ha convertido al satélite en un recurso indispensable para la comunidad astronómica. Cada observación contribuye a mapas más precisos del cielo y a modelos más completos sobre la dinámica de estrellas, supernovas y núcleos galácticos.
Salvar el telescopio es más que una operación técnica. Es preservar una herramienta que ha transformado nuestra visión del cosmos. La NASA y Katalyst apuestan por una solución innovadora que combina aviación y cohetería para rescatar un activo científico único. Si la misión tiene éxito, el Swift seguirá revelando secretos del universo durante al menos veinte años más.
La decisión también marca un precedente. Nunca antes se ha intentado recuperar un satélite en órbita baja mediante un cohete aéreo. El éxito abriría la puerta a nuevas técnicas de mantenimiento orbital, con aplicaciones para otros observatorios y plataformas científicas.
El futuro del Swift depende de esta maniobra. La cuenta atrás ya ha comenzado y el reto es mayúsculo. La NASA quiere salvar el telescopio y con ello garantizar que la exploración de los fenómenos más violentos del universo continúe.





